II.II Al final del camino de las luciérnagas

La tarde comenzaba a caer y la luz dorada que entraba por la venta se colaba a duras penas en el tenderete. Tres sábanas colgaban rodeando las camas a la forma de tiendas de campaña improvisadas. La tarde anterior aquello había sido un campamento en la selva, pero hoy era un campo de operaciones.

           Las siluetas de Mateo, Kike, Raquel e Irene se proyectaban en la pared. Jorgito permanecía en una esquina junto a la puerta. Como solo decía tonterías, le habían convencido de que su gran labor era vigilar que la abuela no viniese a interrumpirles. Pero ya habían pasado dos horas de aquello, y Jorge se había hartado y había cogido el pez de cerámica del vestíbulo y jugaba a meter y sacar objetos de él. Mateo siempre se ponía tonto cuando invitaban a Kike a jugar con ellos.

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