V. Ikli

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Se corta la mano. Besa el corte, retiene la palma y bebe la mano. Aparta la mano de la boca ávida, temeroso de no poder abandonar de no hacerlo, y desciende por la tierra cubierta de nieve, la mirada fija en las luces a unos escasos kilómetros detrás de la muerta arboleda. No hay retorno posible por el momento: debe demostrarse al menos eso a sí mismo. Le atenazan las despedidas, por eso no ha formulado las palabras. Aparta su rostro, duro e implorante al mismo tiempo, de sus pensamientos y se concentra en el suelo helado, en los cabellos que se agitan ante sus ojos.

Retiene en las pupilas su figura de espaldas, alejándose. Siente una mezcla de orgullo y deseo, pero vence el orgullo. Aunque se sorprende al comprender que no es orgullo propio, sino por él. Se siente orgullosa de que le haya pertenecido.

Sin interés por verle desaparecer lentamente en el paisaje helado, deja que la partida le pertenezca sólo a él y da la vuelta sobre sus pasos, revueltos sobre la nieve donde le ha alcanzado. Se encamina hacia la lona bajo la cual aún arde un fuego, y sabe que alguien camina como un animal acorralado, de arriba abajo, barriendo la tierra sucia allí donde la nieve se ha derretido con los bajos de su capa. Al verla llegar, Eretha apenas detiene la mirada en ella, y no cesa en su caminar circular. Le escapan chasquidos y resoplidos de la boca y la nariz. Sigue leyendo

II.II Al final del camino de las luciérnagas

La tarde comenzaba a caer y la luz dorada que entraba por la venta se colaba a duras penas en el tenderete. Tres sábanas colgaban rodeando las camas a la forma de tiendas de campaña improvisadas. La tarde anterior aquello había sido un campamento en la selva, pero hoy era un campo de operaciones.

           Las siluetas de Mateo, Kike, Raquel e Irene se proyectaban en la pared. Jorgito permanecía en una esquina junto a la puerta. Como solo decía tonterías, le habían convencido de que su gran labor era vigilar que la abuela no viniese a interrumpirles. Pero ya habían pasado dos horas de aquello, y Jorge se había hartado y había cogido el pez de cerámica del vestíbulo y jugaba a meter y sacar objetos de él. Mateo siempre se ponía tonto cuando invitaban a Kike a jugar con ellos.

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II.I Lo perturbador

Las anécdotas de Pablo solían comenzar todas con un «estaba viendo porno cuando…», seguido de las historias más inverosímiles. Además o a pesar de ser un gran contador de historias, normalmente sorprendía a sus novias cuando, tras una llamada importante del trabajo, de sus amigos o de su madre, colgaba y se levantaba con rapidez (cuando no había estado dando vueltas por el salón) y anunciaba «menos mal, me estaba cagando» antes de salir corriendo hacia el cuarto de baño. No fallaba, según decía él: el teléfono es el mejor laxante.

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I. Memento Mori

En la familia Villalocos, hay una maldición,

la que no vuela, arde como el carbón…

El señor Rivas llevaba casi una hora disponiendo los preparativos para realizar la fotografía, y el padre de Celia comenzaba a impacientarse. No es que fuese una familia que se tomase el tiempo a la ligera, precisamente. En cada generación alguien les recordaba que los minutos apretaban en la muñeca.

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