II.II Al final del camino de las luciérnagas

La tarde comenzaba a caer y la luz dorada que entraba por la venta se colaba a duras penas en el tenderete. Tres sábanas colgaban rodeando las camas a la forma de tiendas de campaña improvisadas. La tarde anterior aquello había sido un campamento en la selva, pero hoy era un campo de operaciones.

           Las siluetas de Mateo, Kike, Raquel e Irene se proyectaban en la pared. Jorgito permanecía en una esquina junto a la puerta. Como solo decía tonterías, le habían convencido de que su gran labor era vigilar que la abuela no viniese a interrumpirles. Pero ya habían pasado dos horas de aquello, y Jorge se había hartado y había cogido el pez de cerámica del vestíbulo y jugaba a meter y sacar objetos de él. Mateo siempre se ponía tonto cuando invitaban a Kike a jugar con ellos.

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II.II Cuentos de la casa de los abuelitos

LOS LIBROS DE TATAI

 Los libros de Tatai

En casa hay un estante lleno de los libros de la abuelita, o Tatai, que es como la llama el abuelito. Le gustaba mucho leer cuando era como yo, una niña pequeña. Pero dice que sus ojos ya no valen para leer. Y me los deja leer siempre que quiero. Sigue leyendo

II.I Lo perturbador

Las anécdotas de Pablo solían comenzar todas con un «estaba viendo porno cuando…», seguido de las historias más inverosímiles. Además o a pesar de ser un gran contador de historias, normalmente sorprendía a sus novias cuando, tras una llamada importante del trabajo, de sus amigos o de su madre, colgaba y se levantaba con rapidez (cuando no había estado dando vueltas por el salón) y anunciaba «menos mal, me estaba cagando» antes de salir corriendo hacia el cuarto de baño. No fallaba, según decía él: el teléfono es el mejor laxante.

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