Pero sin playa. Siempre hay algo truncado en las ciudades costeras que tienen puerto pero no playa. Es como si sólo diesen la opción de llegar o marcharse.
Lorenzo era de los que llegaban. Aunque no fue por mar. Tampoco la llegada fue a una estación de tren que evocase la historia melancólica que traía a las espaldas. No. Fue en un autobús de cortinillas descoloridas y lleno de garabatos de adolescentes que dejaban en los asientos números, cuentas de twitter y firmas muy poco elegantes.