VII. Fue en una ciudad con mar

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Pero sin playa. Siempre hay algo truncado en las ciudades costeras que tienen puerto pero no playa. Es como si sólo diesen la opción de llegar o marcharse.

         Lorenzo era de los que llegaban. Aunque no fue por mar. Tampoco la llegada fue a una estación de tren que evocase la historia melancólica que traía a las espaldas. No. Fue en un autobús de cortinillas descoloridas y lleno de garabatos de adolescentes que dejaban en los asientos números, cuentas de twitter y firmas muy poco elegantes.

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V. Ikli

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Se corta la mano. Besa el corte, retiene la palma y bebe la mano. Aparta la mano de la boca ávida, temeroso de no poder abandonar de no hacerlo, y desciende por la tierra cubierta de nieve, la mirada fija en las luces a unos escasos kilómetros detrás de la muerta arboleda. No hay retorno posible por el momento: debe demostrarse al menos eso a sí mismo. Le atenazan las despedidas, por eso no ha formulado las palabras. Aparta su rostro, duro e implorante al mismo tiempo, de sus pensamientos y se concentra en el suelo helado, en los cabellos que se agitan ante sus ojos.

Retiene en las pupilas su figura de espaldas, alejándose. Siente una mezcla de orgullo y deseo, pero vence el orgullo. Aunque se sorprende al comprender que no es orgullo propio, sino por él. Se siente orgullosa de que le haya pertenecido.

Sin interés por verle desaparecer lentamente en el paisaje helado, deja que la partida le pertenezca sólo a él y da la vuelta sobre sus pasos, revueltos sobre la nieve donde le ha alcanzado. Se encamina hacia la lona bajo la cual aún arde un fuego, y sabe que alguien camina como un animal acorralado, de arriba abajo, barriendo la tierra sucia allí donde la nieve se ha derretido con los bajos de su capa. Al verla llegar, Eretha apenas detiene la mirada en ella, y no cesa en su caminar circular. Le escapan chasquidos y resoplidos de la boca y la nariz. Sigue leyendo

I. La venta / Estamos en movimiento

LA VENTA

Una minifalda negra quemada por un cigarrillo y una camiseta suelta que cae por los hombros, los ojos pegajosos de rímel y eyeliner, y el pelo despeinado. Parece un uniforme acordado por todas las chicas que esperan para entrar en la discoteca o fuman fuera, bajo la luz rota de una farola. Dentro, la música electrónica y las luces recuerdan a un videojuego de los recreativos.

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