V. Ikli

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Se corta la mano. Besa el corte, retiene la palma y bebe la mano. Aparta la mano de la boca ávida, temeroso de no poder abandonar de no hacerlo, y desciende por la tierra cubierta de nieve, la mirada fija en las luces a unos escasos kilómetros detrás de la muerta arboleda. No hay retorno posible por el momento: debe demostrarse al menos eso a sí mismo. Le atenazan las despedidas, por eso no ha formulado las palabras. Aparta su rostro, duro e implorante al mismo tiempo, de sus pensamientos y se concentra en el suelo helado, en los cabellos que se agitan ante sus ojos.

Retiene en las pupilas su figura de espaldas, alejándose. Siente una mezcla de orgullo y deseo, pero vence el orgullo. Aunque se sorprende al comprender que no es orgullo propio, sino por él. Se siente orgullosa de que le haya pertenecido.

Sin interés por verle desaparecer lentamente en el paisaje helado, deja que la partida le pertenezca sólo a él y da la vuelta sobre sus pasos, revueltos sobre la nieve donde le ha alcanzado. Se encamina hacia la lona bajo la cual aún arde un fuego, y sabe que alguien camina como un animal acorralado, de arriba abajo, barriendo la tierra sucia allí donde la nieve se ha derretido con los bajos de su capa. Al verla llegar, Eretha apenas detiene la mirada en ella, y no cesa en su caminar circular. Le escapan chasquidos y resoplidos de la boca y la nariz. Sigue leyendo

IV. Encalar y no hacer preguntas

Encalaban las casas cuando algo sucedía dentro. Generalmente era alguna enfermedad, pero nadie se acercaba a menos de diez metros para descubrirlo. Era un pueblo de casas bajas, silencios a mediodía y llantos de mujeres cuando la tarde acaba.

Recuerdo cuando una mañana llegaron unos hombres a mi casa. Yo entonces era muy pequeña para entender el porqué, pero venían a encalar mi casa. Tras las paredes nos quedamos mi madre, mis dos hermanas mayores y yo. Mi padre y mi hermano pequeño se habían ido aquella mañana. Entre llantos y gritos, unos hombres vestidos de negro encajaron puertas y ventanas, dejando únicamente una ventana sin cubrir de polvo blanco, pero tampoco abierta una vez salieron por ella y la cubrieron por fuera.

Mis hermanas tenían doce y catorce años, y yo apenas unos siete. Mi madre les dijo de pronto que dejaran de llorar, que sólo sería por unos días, y nos apresuró a traer todos los candelabros que había en la casa. Antes de que cayera la noche, cubriendo cada rejilla y rendija a las que la cal no hubiera llegado, debíamos procurarnos luz.

Así comenzó todo.

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III. Las 25 cosas más curiosas y/o ridículas que me han sucedido en estos 25 años

Siento haber tardado terriblemente en escribir esta vez. Le he dado muchas vueltas a este mensaje desde que se me pasó el plazo decente de publicarlo, y aqui van, las 25 situaciones y personas más extrañas y curiosas con las que me he topado jamás.

  1. El americano en Irlanda – o el día en el que a mi amiga, de visita durante mi Erasmus, y a mí se nos ocurrió que acceder a acoger a un tipo que habíamos conocido en un pub una noche en mi sofá para que se ahorrase el hostal antes de coger un avión era una buena idea. En resumen, salimos a tomar una cerveza con el tipo, que actuaba de modo extraño, hasta que nos dio sueño. Le di mi dirección y él vino a mi casa a las tres de la mañana, momento que aprovechamos para despertar a mis compañeras entre histéricas y gilipollas perdidas, para avisarles de que el tipo estaba durmiendo en el salón (aunque ya sabían que vendría), pero que nos había parecido muy raro. Luego, cogimos un taxi para dejar a mi amiga en el aeropuerto, cagadas de miedo, y nos despedimos. A la mañana siguiente, el americano me despertó con un SMS, y le despedí en la puerta. El pobre había dormido en el suelo del salón porque no cabía en el sofá, y le esperaba una buena resaca en su día de viaje. Me dio un abrazo y me dio las gracias.
  1. La fiesta de Jagger – y todos los chupitos de Jaggermaister, los bolígrafos para jugar al “bingo” que usamos para pintarnos pollas y escribirnos guarradas unos a otros en una discoteca entera, y mi momento desaparición en el descampado con un aleatorio que, borracho como iba, fue tierno e hizo una foto de mi cara para no olvidarse de aquella noche. Después de aquello, volví con mis amigas y tardamos dos horas en volver andando desde la discoteca hasta nuestro piso.

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II.I Lo perturbador

Las anécdotas de Pablo solían comenzar todas con un «estaba viendo porno cuando…», seguido de las historias más inverosímiles. Además o a pesar de ser un gran contador de historias, normalmente sorprendía a sus novias cuando, tras una llamada importante del trabajo, de sus amigos o de su madre, colgaba y se levantaba con rapidez (cuando no había estado dando vueltas por el salón) y anunciaba «menos mal, me estaba cagando» antes de salir corriendo hacia el cuarto de baño. No fallaba, según decía él: el teléfono es el mejor laxante.

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I. La venta / Estamos en movimiento

LA VENTA

Una minifalda negra quemada por un cigarrillo y una camiseta suelta que cae por los hombros, los ojos pegajosos de rímel y eyeliner, y el pelo despeinado. Parece un uniforme acordado por todas las chicas que esperan para entrar en la discoteca o fuman fuera, bajo la luz rota de una farola. Dentro, la música electrónica y las luces recuerdan a un videojuego de los recreativos.

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