IX. Cleo-patra

Hugo tenía dos cualidades que le distinguían de su círculo más cercano de amigos. La primera era su gran-pero selectiva- memoria, que le permitía recordar detalles que no tenían ninguna importancia. La segunda era una generosidad casi estúpida, que le llevaba en muchas ocasiones a sentirse estafado. Hugo era consciente de que esas dos cualidades eran bastante mediocres, pero en las noches de desprecio por si mismo le proporcionaban cierto consuelo.

         Fueron esos dos atributos las que lo llevaron al aeropuerto aquella mañana. Su compañero de piso, Berto, se había olvidado las llaves del taxi dentro del taxi cuando salió a por un café, y Hugo se había acordado de que guardaban unas de repuesto en casa. Y como era generoso hasta hacer de sí mismo una alfombrilla de váter, acudió al aeropuerto a llevárselas.

         -Te lo pagaré con sexo-le sonrió Berto cuando Hugo se bajó del coche.

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VII. Fue en una ciudad con mar

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Pero sin playa. Siempre hay algo truncado en las ciudades costeras que tienen puerto pero no playa. Es como si sólo diesen la opción de llegar o marcharse.

         Lorenzo era de los que llegaban. Aunque no fue por mar. Tampoco la llegada fue a una estación de tren que evocase la historia melancólica que traía a las espaldas. No. Fue en un autobús de cortinillas descoloridas y lleno de garabatos de adolescentes que dejaban en los asientos números, cuentas de twitter y firmas muy poco elegantes.

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V. Bajo la piel

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Todo empezó con una uña negra. Pensé que había sido un golpe. He asumido mi torpeza hasta tal punto que amanecer con un cardenal no constituye ninguna sorpresa.

         A los dos días, hasta me alegró ver que la uña que no se caería.

         Pero a los cuatro días todo el dedo estaba negro. No dolía, sorprendentemente. Era una de esas cosas que hacen más daño a la vista de los demás que a los sentidos propios. Pensé que era mi propio cuerpo reclamando mi atención.

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IV. Las 100 muertes de Rid Blake

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Ambos tenían cejas, pestañas y párpados cubiertos de hollín. Es normal entre los trabajadores del fuelle. El anciano, con sus labios resecos y agrietados, sonríe sus tres dientes negros y mastica la papilla que les llevamos para desayunar, sin parar de contar historias y chistes de su época como soldado. El más joven apenas me mira, barba hundida en su cuello, una cuchara que aparece y desaparece en tres poderosos movimientos, y me devuelve el cuenco con rapidez, reanudando su trabajo.

A pesar de que siempre mantiene la cabeza baja y conozco mejor el nacimiento de su pelo en remolino que su rostro, he podido observar que la barba ya comienza a unírsele con el pelo del pecho. El ceño siempre fruncido. Y antes de que llegue a los veinticinco comenzará a perder los dientes. Aquí todos los hombres envejecen de la misma forma. O quizás debiera decir que evolucionan de la misma forma; porque los niños parecen nacer ya viejos. Es como si el aire de nuestra fragua, El Fuelle, se te metiese en los pulmones con la primera inhalación al nacer, y ya estuviésemos destinados a consumirnos para siempre. De la peor manera.

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III. Las 25 cosas ridículas que he vivido junto a Marián

Dibujo

1. Cuando me alisé el pelo por primera vez, y no me reconoció en el patio hasta que no me tuvo a medio metro de distancia.

2. Aquella vez en carnaval, disfrazadas de Arlequín y el Dottore della Peste, cuando un niño le dijo a su padre señalándonos:

           –¡Mira, papá, payasos!

           Y el padre contestó:

           –No, son los Reyes Magos.

3. (Momento stalker-psicópata) Cuando nos despedimos de un amigo nuestro y decidimos seguirlo hasta su casa sin que él se diese cuenta.

4. Cuando me estalló el paquete de Mentos en medio de la calle justo después de haberle dicho a Marián que no necesitaba ayuda para abrirlo.

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II.II Al final del camino de las luciérnagas

La tarde comenzaba a caer y la luz dorada que entraba por la venta se colaba a duras penas en el tenderete. Tres sábanas colgaban rodeando las camas a la forma de tiendas de campaña improvisadas. La tarde anterior aquello había sido un campamento en la selva, pero hoy era un campo de operaciones.

           Las siluetas de Mateo, Kike, Raquel e Irene se proyectaban en la pared. Jorgito permanecía en una esquina junto a la puerta. Como solo decía tonterías, le habían convencido de que su gran labor era vigilar que la abuela no viniese a interrumpirles. Pero ya habían pasado dos horas de aquello, y Jorge se había hartado y había cogido el pez de cerámica del vestíbulo y jugaba a meter y sacar objetos de él. Mateo siempre se ponía tonto cuando invitaban a Kike a jugar con ellos.

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I. Memento Mori

En la familia Villalocos, hay una maldición,

la que no vuela, arde como el carbón…

El señor Rivas llevaba casi una hora disponiendo los preparativos para realizar la fotografía, y el padre de Celia comenzaba a impacientarse. No es que fuese una familia que se tomase el tiempo a la ligera, precisamente. En cada generación alguien les recordaba que los minutos apretaban en la muñeca.

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